domingo, 6 de mayo de 2012

La luna es de queso


La luna es de queso. Y noche tras noche el pequeño ratoncito subía al tejado de su casa para poder verla y estar bajo su luz.

“¿Cómo podré yo llegar hasta ella?” Estiraba sus pequeñas patitas para intentar alcanzar aquella imagen y pensaba el modo de subir poco a poco hasta allí. Tal vez saltando… quizás subiendo a las estrellas, trepando por ellas…

Por las noches soñaba con su aroma, el olor divino que desprendía y que él percibía con su hociquito y por el día tan solo planeaba la mejor manera de poder conseguir su sueño mientras los demás le llamaban loco o simplemente decían “nunca lo conseguirá”. Pero él no cesaba en el empeño de llegar hasta su luna de queso.

Y un buen día, cuando ya no le quedaban grandes esperanzas de conseguir lo que soñaba, como las cosas grandes llegan de repente, una gran idea vino hasta él. Un pájaro, una pequeña golondrina, pasó por su ventana. Volaba alto, hacia el cielo… jugaba con las nubes y se escondía en ellas, a favor de las corrientes de aire y entre las hojas de los árboles que ya iban cayendo.  Y así nuestro amigo el ratón trabajó y trabajó sin descanso hasta conseguir fabricar unas preciosas alas de papel e hilo que le permitirían a él también volar hasta su amada.

Esa noche, la última que el ratón pasó atado al suelo, subió como siempre al tejado con sus frágiles alas colocadas con cuidado sobre sus patas. Miró a la luna y dijo “por fin llegaré a ti”, y ya agitando sus alas, cerró los ojos, respiró hondo y saltó.

Aún en las noches de luna llena, si te fijas bien, puedes ver al pequeño ratoncito volar alrededor de la luna y cavar agujeritos en su superficie, mientras disfruta ,a mordisquitos, de su luna de queso.


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